Plan Lector 8° El almohadón de plumas
Su luna de miel fue
un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido
heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con
un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba
una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él,
por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses
—se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella
deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta
ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que
vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio
silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal
impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el
más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda
la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido
de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un
velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin
querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que
adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente
días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín
apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto
Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en
seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su
espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego
los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su
cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último
día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El
médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso
absolutos.
—No sé —le dijo a
Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran
debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada. Si mañana se despierta como
hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia
seguía peor. Hubo consulta. Se constató una anemia de marcha agudísima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces
prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia
dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Se
paseaba sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra
ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén
a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su
dirección.
Pronto Alicia
comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente
abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la
cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca
para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán!
—clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al
dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia,
soy yo!
Alicia lo miró con
extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de
estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de
su marido, acariciándola temblando.
Entre sus
alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre
los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos
volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la
última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose
de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y
siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió
de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me
faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue
extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía
siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero
cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche
se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la
sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde
el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la
cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón.
Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban
hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el
conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces
continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio
agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama,
y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La
sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato
extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a
Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó
rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados
del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras
—murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz
—le dijo Jordán.
La sirvienta lo
levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró
con la voz ronca.
—Pesa mucho
—articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó;
pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán
cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos
crispadas a la cara: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las
patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba
tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde
que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su
trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura
era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón habría impedido sin
duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue
vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de
las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de plumas.
Evalúo mi lectura
1.
Vocabulario. Con ayuda de un diccionario define las siguientes
palabras:
Constatar Espanto Alarido
Antropoide Porfiadas Sincope
Estupor Crepúsculo Delirar Desvanecida Parásito
2.
Explica las siguientes frases que
aparecen en el texto:
“…había concluido por echar un velo
sobre sus antiguos sueños,.”
“…Todo el día el dormitorio estaba
con las luces prendidas…”
“…A ratos entraba en el dormitorio y
proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,…”
“…Alicia lo miró con extravió…”
“…pasándose de uno a otro la muñeca
inerte…”
“…Alicia fue extinguiéndose en su
delirio de anemia…”
3.
Marca la idea que expresan los
conectores subrayados en los siguientes enunciados:
ENUNCIADOS
|
OPOSICIÓN
|
TIEMPO
|
·
“En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el
otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus
antiguos sueños”.
|
||
·
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró
después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada al almohadón.
|
||
·
“Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces
con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle,
echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán”.
|
||
·
“Pronto,
Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y
que descendieron luego a ras del suelo”.
|
4.
Extrae fragmentos
del cuento que hagan referencia a los siguientes núcleos narrativos:
Presentación y descripción de los personajes
|
|
Enfermedad de Alicia
|
|
Agonía y muerte de Alicia
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|
Encuentro del antropoide en el almohadón
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5.
Explica cómo aparecen estos temas en la
historia.
AMOR
|
LOCURA
|
MUERTE
|
Selecciona la respuesta correcta y
argumenta al frente
6. Es posible afirmar que el tema central
sobre el cual gira el relato de Horacio Quiroga es:
A. La fascinación de la vida.
B. La culminación de la vida.
C. La inutilidad de la vida.
D. La trascendencia de la vida.
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|
7. Quien narra los hechos del cuento:
A. Actúa, juzga y opina sobre los
hechos que narra.
B. Conoce menos que el protagonista
acerca de la historia.
C. Posee un conocimiento total de
los hechos que narra.
D. Conoce lo mismo que el
protagonista acerca de la historia.
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Qué tipo de
narrador es
|
8. Por la forma como se presenta la
información en el texto anterior, se puede afirmar que este se mantiene la
atención del lector a través de:
A.
El miedo.
B.
La verdad.
C. El suspenso.
D. La lógica.
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9. El
último párrafo lo cuenta:
A.
Horacio Quiroga.
B.
Los parásitos de las aves.
C.
Jordán.
D. Un narrador omnisciente.
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