Plan Lector 8 - Primer periodo 2020 - 3 A la deriva ( Actividad de cuarentena)
A la deriva
El hombre pisó algo
blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al
volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma,
esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz
ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y
sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza
en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole
las vértebras.
El hombre se bajó hasta
la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un
dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el
pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada
hacia su rancho.
El dolor en el pie
aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió
dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la
herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica
sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó
por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos
violetas desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel
parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la
voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-¡Dorotea! -alcanzó a
lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un
vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto
alguno.
-¡Te pedí caña, no agua!
-rugió de nuevo-. ¡Dame caña!
-¡Pero es caña, Paulino!
-protestó la mujer, espantada.
-¡No, me diste agua!
¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra
vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otros dos vasos, pero
no sintió nada en la garganta.
-Bueno; esto se pone feo
-murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la
honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes
se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz
sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más aumentaba a la par.
Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con
la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería
morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y
comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en
las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco
horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría
energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos
dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre
esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un
bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y
abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con
grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría
jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre
Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la
costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada
en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó
oído en vano.
-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó
de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un
solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la
corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa
hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde
las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro
también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo
fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua
fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al
atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya
cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento
escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía
mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se
abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se
hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la
caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría
en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia
llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre.
¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex
patrón míster Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría
ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa
paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura
crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de
guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río
de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el
borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y
pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón
Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso.
¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.
¿Qué sería? Y la respiración...
Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo
Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿viernes?
Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves...
Y cesó de respirar.
Evalúo mi lectura
1.
Lea la
siguiente información y luego escriba un párrafo en el que escriba el
argumento de este cuento, de manera organizada, coherente y legible.
ARGUMENTO: actúa como 'resumen' en tanto narran la historia original con un
menor número de palabras. Es el conjunto de acciones que realizan los
personajes. Cuenta de manera cronológica, acontecimientos que se van
sucediendo en el transcurso de la narración.
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2.
La acción
se desarrolla en la selva, extrae el vocabulario del cuento que te ayude a
localizar el espacio:
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3.
Extrae
del cuento los fragmentos que indican que la enfermedad va ganando su cuerpo:
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4.
Busca
el/los párrafos que anticipan el desenlace fatal del personaje:
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5.
En un momento
del relato aparece la siguiente descripción:
Subraye todas las palabras que estén
asociadas a la idea de muerte.
El Paraná corre
allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan
fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de
basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás,
siempre la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se
precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y
reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza
sombría y calma cobra una majestad única.
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6.
En el cuento se
nombra dos veces al silencio. Busca dónde aparece mencionado. Analiza con qué
se lo asocia y por qué. Escribe las conclusiones.
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7.
Quiroga, como
casi siempre, elige dos momentos del día como testigos de la agonía de sus
personajes, el atardecer, como en este caso [A la deriva], o la hora del
mediodía. Momentos en que el tiempo asume una extraña dimensión estática,
obsesiva. (María Kodama," Prólogo", en El salvaje, Madrid, Alianza
Losada, 1993.)
¿A qué se refiere la autora con la
última oración? ¿Qué les sugieren a
ustedes esos dos momentos del día? Debatan
oralmente sus opiniones y escriban en la carpeta las conclusiones.
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8.
¿Qué
significado tiene A LA DERIVA?
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9.
El la
guía 1 del plan lector (La gallina degollada) aparece información sobre la
imaginería. En este cuento debe resaltar, con regla, una de cada una, si
aparecen, y escribir el orillo o margen de la hoja, señalando qué clase de
imagen es.
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