8° La gallina degollada
La gallina degollada
Todo el día, sentados en el patio, en un banco
estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la
lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca
abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un
cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se
mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba
tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora
llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al
fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el
sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas
enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su
inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del
patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y
pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas,
empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo
su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado
maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un
día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta
orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un
porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa
honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo
amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas
posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó,
a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura
creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes
sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no
conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que
está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los
padres.
Después de algunos días los miembros paralizados
recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se
habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante,
muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre
aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le
puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo
que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí!… ¡Sí!
—asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que…?
—En cuanto a
la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la
madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo
un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini
redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo.
Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más
profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en
la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa
reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las
convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente el segundo hijo
amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación.
¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho
años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un
átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito;
¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del
dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de
su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de
los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a
Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del
limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo,
abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al
fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los
obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro.
Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se
reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí
bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener
nada más.
Con los mellizos pareció haber concluido la
aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente
otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la
fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente
anhelo que se exasperaba en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese
momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la
miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias
que habían nacido de ellos echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los
otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse
con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del
insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece
—díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que
podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó
leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera
vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió
un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros
hijos, ¿me parece?
—Bueno, de
nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez
Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no
vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se
sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!… ¡No faltaba más!…
—murmuró.
—¿Qué no faltaba
más?
—¡Que si
alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería
decir.
Su marido la
miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos!
—articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras;
pero si quieres decir…
—¡Berta!
—¡Como
quieras!
Éste fue el primer choque y le sucedieron otros.
Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato
y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la
angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin
embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña
llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre
de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo
recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A
Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo. No por eso la paz había
llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con
el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían
acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al
menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado
habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado
con cruel fruición es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona.
Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado,
cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro
engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro
hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los
acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban todo el
día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia. De este modo
Bertita cumplió
cuatro años, y esa noche, resultado de las
golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura
tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó
a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue,
como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No
puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces…?
—Bueno, es que
me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió,
desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!
—Ni yo jamás
te hubiera creído tanto a ti… ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué
dijiste?…
—¡Nada!
—¡Sí, te oí
algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a
tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se
puso pálido.
—¡Al fin!
—murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora,
sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de
delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos
tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini
explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te
quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de
la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que
un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la
ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los
matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la
reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto infames fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se
levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda,
gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró
desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar.
Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su
banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal,
desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo
de conservar la frescura de la carne), creyó sentir algo como respiración tras
ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro,
mirando estupefactos la operación… Rojo… rojo…
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y
ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía
evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran
los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los
monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente
empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar salieron todos. La sirvienta
fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol
volvieron; pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su
hija escapóse enseguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo
el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse,
y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto algo se interpuso entre su mirada y el
cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su
cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar,
eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero aun no
alcanzaba. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico
hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron
cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas
de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes.
Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una
misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su
hermana mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea
de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo
logrado calzar el pie iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado,
seguramente sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos
clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme!
¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay,
mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde,
pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay!
Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los
bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna
hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien
sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz
de su hija.
—Me parece que te llama—le dijo a Berta.
Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con
todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba dejar su sombrero,
Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie
respondió.
—¡Bertita!
—alzó más la voz, ya alterada.
Y el silencio
fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de
horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi
hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina
vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y
lanzó un grito de horror.
Berta, que ya
se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó
el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini,
lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:
—¡No entres!
¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre.
Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un
ronco suspiro.
Teoria
1. LEE SOBRE EL
AUTOR
Horacio Silvestre
Quiroga Forteza: (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de
1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937) fue un cuentista,
dramaturgo y poeta uruguayo. Fue el maestro del cuento latinoamericano, de
prosa vívida, naturalista y modernista.
Sus relatos, que a menudo retratan a la naturaleza bajo rasgos temibles y
horrorosos, y como enemiga del ser humano. Su padre falleció cuando él contaba
tan solo dos meses, cuando tras una jornada de caza, al bajar de la embarcación
se le disparó accidentalmente la escopeta, delante de su esposa que le recibía
con Horacio en los brazos. En 1891 la viuda se casó con Mario Barcos, que fue
un buen padrastro con el chico pero sufrió un derrame cerebral en
1896 que le dejó semiparalizado y sin habla. Se suicidó disparándose en la boca
con una escopeta manejada con el pie justo cuando Horacio, de 18 años, entraba
en la habitación. Después de que escribió su primer libro, su vida, se vio trágicamente opacada —una vez más— por las muertes de dos de sus
hermanos, Prudencio y Pastora, víctimas de la fiebre tifoidea en el Chaco. El funesto año de 1901 guardaba aún
otra espantosa sorpresa para el escritor: su amigo Federico Ferrando, que había
recibido malas críticas del periodista montevideano Germán Papini Zas, comunicó
a Quiroga que deseaba batirse en duelo con aquél.
Horacio, preocupado por la seguridad de Ferrando, se ofreció a revisar y
limpiar el revólver que iba a ser utilizado en la disputa. Inesperadamente, mientras
inspeccionaba el arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico,
matándolo instantáneamente. Llegada al lugar la policía, Quiroga fue detenido,
sometido a interrogatorio y posteriormente trasladado a una cárcel
correccional. Al comprobarse la naturaleza accidental y desafortunada del
homicidio, el escritor fue liberado tras cuatro días de reclusión.
Luego
de casarse y tener 2 hijos, a quienes les enseño a vivir en la selva y a criar
animales salvajes; mientras vivía en la selva, y se dedicaba a la fotografía. En
cuanto los niños aprendieron a caminar, Quiroga decidió ocuparse personalmente
de su educación. Severo y dictatorial, exigía que cada pequeño detalle
estuviese hecho según sus exigencias. Desde muy pequeños, los acostumbró al
monte y a la selva, exponiéndolos a menudo —midiendo siempre los riesgos— al
peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier
situación. Fue capaz de dejarlos solos en la jungla por la noche o de
obligarlos a sentarse al borde de un alto acantilado con las piernas colgando
en el vacío.
El
varón y la niña, sin embargo, no se negaban a estas experiencias —que
aterrorizaban y exasperaban a su madre— y las disfrutaban. La hija aprendió a
criar animales silvestres y el niño a usar la escopeta, manejar una moto y
navegar, solo, en una canoa. Ana María Cires su esposa(1890-1915) se suicidó
ingiriendo un sublimado empleado en el revelado fotográfico, que le provocó una
agonía de ocho días en que fue atendida por Horacio. Muy afectado, apenas
volvería a mencionar a su primera esposa. A quien enamoró de tan sólo 17 años y
convenció a sus padres de que la dejaran irse a vivir con él a la selva. Poco
después, Horacio regresó a Misiones. Nuevamente enamorado, esta vez era de una
joven de 17 años, Ana María Palacio, intentó convencer a los padres de que la
dejasen ir a vivir con él a la selva. La negativa de éstos y el consiguiente
fracaso amoroso inspiró el tema de su segunda novela, Pasado amor, publicada en
1929. En ella narra, como componentes autobiográficos de la trama, las mil
estratagemas que debió practicar para conseguir acceso a la muchacha: arrojando
mensajes por la ventana dentro de una rama ahuecada, enviándole cartas escritas
en clave e intentando cavar un largo túnel hasta su habitación para
secuestrarla. Finalmente, cansados ya del pretendiente, los padres de la joven
la llevaron lejos y Quiroga se vio obligado a renunciar a su amor.
La
vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes y los suicidios,
culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de
Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de
que padecía cáncer de próstata.
2. IMAGINERÍA
(LITERATURA)
Las imágenes o imaginería en la literatura pintan un cuadro mental para el lector.
Cuando un libro o un cuento utiliza imágenes vivas, el lector puede sentir como
si estuviera dentro de la historia experimentando todo junto a los personajes.
Aunque las imágenes visuales son la clase más comúnmente reconocida, existen
cinco tipos de imágenes en la literatura
La imaginería visual es tan simple
como suena: describe algo que se puede ver. Las imágenes visuales describen
un entorno de colores, tamaños, formas, características físicas y cualquier
otra cosa que se detecte a simple vista, así como también crean la imagen
mental que ves cuando lees una historia.
|
Las imágenes auditivas también
conocidas como imaginería auditiva describen algo que se puede escuchar.
Pueden ser utilizadas a gran escala tal como la descripción de los sonidos de
un terremoto, o pueden ser más sutiles como el sonido de unos pasos sobre un
suelo de madera.
|
Las imágenes táctiles apelan a tu
sentido del tacto. En estas se describen las partes de la historia que se puede
sentir en tu piel, por ejemplo, el pelaje de un gatito entre los dedos o el
viento frío en la cara. Las imágenes táctiles usualmente deberían hacerte
sentir como si estuvieras realmente allí.
|
La imaginería olfativa describe algo
que se puede oler. Los escritores pueden utilizar gran cantidad de libertad
creativa con las imágenes olfativas asignando olor a las cosas inusuales. Por
ejemplo, cualquiera puede imaginar el olor de las galletas con trocitos de
chocolate que se hacen en el horno, pero un escritor puede utilizar las
imágenes olfativas para describir el olor de un bosque, una pradera o de una
noche de verano.
|
Las imágenes
gustativas describen aquello que puedes probar. Al igual que la imaginería
olfativa, la gustativa tiene un sinfín de posibilidades para representar las
cosas simples de una manera creativa. Las imágenes gustativas pueden
describir cualquier cosa, desde el sabor de un pedazo de pizza hasta el gusto
en la boca antes de tener que dar un gran discurso.
|
3. NARRADOR Y
PUNTO DE VISTA
|
El narrador es
un elemento más, como lo son la historia o los personajes. Ha sido creado por
el autor para que lleve a cabo la misión de contar la historia. La
caracterización del narrador dependerá de la información de que
disponga para contar la historia y del punto de vista que adopte.
Se puede
narrar una historia
DESDE LA 3ª
PERSONA
Narrador omnisciente ( que todo lo sabe): Aquel cuyo conocimiento de los hechos es total y absoluto. Sabe lo que piensan y sienten los personajes: sus sentimientos, sensaciones, intenciones, planes… La omnisciencia admite distintos grados de implicación, a veces, incluye intervenciones y comentarios del narrador o apela al lector. Narrador observador: Sólo cuenta lo que puede observar. De modo parecido a como lo hace una cámara de cine, el narrador muestra lo que ve.
DESDE LA 1 ª
PERSONA
Narrador protagonista: El narrador es también el protagonista (autobiografía real o ficticia). Narrador personaje secundario: El narrador es un testigo que ha asistido al desarrollo de los hechos. A veces, los testigos son varios (multiperspectivismo, punto de vista caleidoscópico).
DESDE LA 2 ª
PERSONA
Supone un desdoblamiento del yo. El narrador crea el efecto de estar contándose la historia a sí mismo o a un yo desdoblado. |
4. EL TIEMPO
Cuando se analiza el
tiempo de la narración conviene tener en cuenta esta distinción:
EL TIEMPO EXTERNO O HISTÓRICO: Es
la época o momento en que se sitúa la narración. Puede ser explícito o
deducirse del ambiente, personajes, costumbres, etc.
EL TIEMPO INTERNO: Es el tiempo que duran los acontecimientos narrados en la historia. Puede ser toda una vida o varios días. El autor selecciona los momentos que juzga interesantes y omite (elipsis =saltos temporales) aquellos que considera innecesarios.
EL TIEMPO INTERNO: Es el tiempo que duran los acontecimientos narrados en la historia. Puede ser toda una vida o varios días. El autor selecciona los momentos que juzga interesantes y omite (elipsis =saltos temporales) aquellos que considera innecesarios.
5. EL ESPACIO
El espacio es el marco físico donde se ubican los
personajes y los ambientes geográficos y sociales en los que se desarrollan las
acciones.
Así habrá que distinguir entre espacios exteriores
o abiertos e interiores o cerrados. Con frecuencia, el espacio no es un simple
decorado, sino que llega a determinar el comportamiento de los personajes, a
reflejar el estado anímico de éstos e incluso a constituirse en eje central del
relato.
EVALÚO MI LECTURA
1.
¿Qué tipo de narrador de identifica en este cuento?
2.
Analiza la secuencia y el tiempo en que tardo desarrollándose la
historia. Ahora calcula cuál seria el tiempo interno que se le puede dar.
3.
Describe el espacio de la historia.
4.
Este cuento de La Gallina degollada, pertenecen a
un libro de Cuentos de amor de
locura y de muerte del de Horacio Quiroga.
Explica de manera corta, cómo se
manifestaron estos temas subrayados, en la vida real de Horacio Quiroga, según su
biografía y cómo aparecen estos tres temas en el cuento.
Vida de Horacio Quiroga
|
La gallina degollada
|
|
AMOR
|
||
LOCURA
|
||
MUERTE
|
1.
El ambiente del cuento comienza siendo 1. AMOROSO, luego de 2. DESILUSIÓN
Y 3. DESESPERACIÓN y finalmente de 4. TRISTEZA Y 5. DOLOR. Explique qué
situaciones, según este
orden, se van presentando en la historia.
1.
Amoroso:
|
2.
Desilusión:
|
3.
Desesperación:
|
4.
Tristeza:
|
5.
Dolor:
|
2.
Justifique cada uno de los temas siguientes, que aparecen en el cuento:
a.
La
discriminación de los padres hacia sus hijos enfermos.
b.
La
crueldad que sufren los cuatro hijos idiotas.
c.
La
muerte de Bertita.
3.
Identificar la imaginería. En este
cuento debe resaltar, con regla y con un color una de cada una, si las hay, y
escribir el orillo o margen de la hoja, señalando qué clase de imagen es.
4.
Lea la siguiente información. Luego redacte un párrafo en el que escriba
el ARGUMENTO de este cuento, de manera organizada, coherente y comprensible.
ARGUMENTO: actúa como 'resumen' en tanto narran la historia original
con un menor número de palabras. Es el conjunto de acciones que realizan los
personajes. Cuenta de manera cronológica, acontecimientos que se van sucediendo
en el transcurso de la narración.
5.
Según la lectura, qué podemos entender por IDIOTA. Después de haber
pensado en esto, extraiga del texto los fragmentos que describen y justifican
este adjetivo. (los fragmentos son
partes del texto que se extraen tal cuan aparecen allí y deben ser puestos
entre comillas “ ”)
6.
Este cuento leído se clasifica dentro del terror. Lea muy bien la descripcion que aparece en el
recuadro. Luego, dentifique 3caracteristicas del cuento de terror en el cuento
de La gallina degollada.
Un cuento es una narración breve de hechos
imaginarios, que presenta un grupo reducido de personajes y apela a la
economía de recursos narrativos para desarrollar un argumento no demasiado
complejo.
El terror,
por su parte, es el sentimiento más intenso de miedo, donde el individuo ya no puede pensar de forma
racional. El terror puede generar sudoración fría, la parálisis de los
músculos y hasta la muerte por paro cardíaco.
Un cuento
de terror, por lo tanto, es un relato literario que intenta generar
sentimientos de miedo en el lector. Para esto presenta historias vinculadas a
las temáticas más atemorizantes para los seres humanos, como la muerte,
las enfermedades, los crímenes, las catástrofes naturales, los espíritus y las bestias
sobrenaturales.
El
cuento de terror puede tener un fin moralizante, es decir,
asustar al lector para que éste evite ciertas conductas o actos. En otros
casos, el cuento de terror no es más que un ejercicio artístico que
busca, como cualquier obra literaria, un efecto en quien lo lee.
|
|
7.
Relacione y escriba en
la línea, cada uno de estos símbolos con el significado que mejor se acople: El
sol, La gallina, Los ojos, el cuchillo, la locura y la sangre.
____________________
·
Se suele ver como el cuidado y la protección
materna.
·
Representa el sacrificio.
|
________________________
·
Desviación de la norma
·
Desequilibrio mental
·
Enfermedad
|
___________________
·
Representa el poder
·
Está muy atado a lo que es la venganza, la muerte
y el sacrificio.
·
Instrumento de sacrificio en las religiones
arcaicas.
|
________________________
·
Representa la vida al salir y la muerte al
ocultarse.
·
Era considerado el ojo del día, así como las
estrellas eran consideradas los ojos de la noche.
·
Los cuatro hijos idiotas son encantados por él.
|
_____________________
·
Abandono de la vida
·
Separación del cuerpo y alma
·
Tristeza
·
Depresiva
·
Tenebroso
|
____________________
·
Muestran una fuerza expresiva.
·
Pueden significar una mirada maléfica o benéfica.
·
Ventanas del alma por donde entra la luz para
inundarla.
|