Socialismo y Revolución.




Socialismo y Revolución.

“Revolución es precisamente lo contrario de revuelta. Toda revolución, al ser un cumplimiento normal, contiene en sí su legitimidad, que falsos revolucionarios deshonran a veces, pero que persiste, incluso manchada; que sobrevive, incluso ensangrentada. Las revoluciones salen, no de un accidente, sino de la necesidad. Una revolución es el regreso de lo ficticio a lo real. Es porque es preciso que sea” (Hugo, 2006, Vol. II: 306).
Siempre me pregunto qué escribirían estos autores clásicos si vivieran en nuestra época. Víctor Hugo, por ejemplo, creía que el progreso del siglo XIX significaría un siglo XX mejor; sin embargo, el siglo XX trajo consigo algunos de los embaucos más grandes de la historia de la humanidad.
¿Podemos decir que experimentamos la llamada “condición posmoderna” por las mentiras emanadas del progreso experimental y revolucionario? ¿La incredulidad hacia las meganarrativas surge de las utopías incumplidas?
¿Qué prometía Víctor Hugo con la revolución y el progreso?
¿Qué significa ir de lo ficticio a lo real?
¿Socialismo, revolución, motín, o insurrección?
Según Víctor Hugo, el espíritu socialista buscaba resolver dos problemas principales: producir riqueza y repartirla, entendiendo la igualdad como “equidad”.
Inglaterra, nos dice, crea riqueza, pero la reparte mal. Por otro lado:
“El comunismo y la ley agraria creen resolver el segundo problema. Se engañan. Su repartición mata la producción. La participación igual anula la emulación. Y, por consiguiente, el trabajo. Es un reparto hecho por el carnicero, que mata lo que reparte. Es, pues, imposible detenerse en estas pretendidas soluciones. Matar la riqueza no es repartirla” (Hugo, 2006, Vol. II: 308).
El socialismo, en cambio, busca el punto medio. El espíritu socialista, por ende, debe resolver los dos problemas:
“… estimulad al rico y proteged al pobre, suprimid la miseria, poned un término a la explotación injusta del débil por el fuerte, poned un freno a los celos inicuos de los que están en camino, en contra de los que han llegado, ajustad matemáticamente y fraternalmente el salario al trabajo, mezclad la enseñanza gratuita y obligatoria al crecimiento de la infancia y haced de la ciencia la base de la virilidad, desarrollad las inteligencias mientras os ocupáis de los brazos, sed a la vez un pueblo poderoso y una familia de hombres felices, democratizad la propiedad, no aboliéndola, sino universalizándola, de manera que todo ciudadano, sin excepción, sea propietario, cosa más fácil de lo que se cree, en dos palabras, aprended a producir riqueza y aprended a repartirla y tendréis conjuntamente la grandeza material y la grandeza moral; y seréis dignos de llamaros Francia” (Hugo, 2006, Vol. II: 309).
Para algunos, la clave está en el concepto: socialismo. Para mí, lo descrito por Hugo también se puede asociar al simple espíritu “democrático” o “republicano”, formas de gobierno basadas en la equidad. El concepto no es más que una metáfora impuesta en nuestro léxico. ¿No puede un capitalista ser socialista y viceversa? El concepto importa, pero también el método. Víctor Hugo escribe, en teoría, lo que debemos aspirar. Pero Montesquieu también lo hace, sin mencionar el socialismo.
Más importante es indagar: ¿cuál es el plan? ¿Tiene sentido práctico? ¿Es ético? ¿Está basado en el estudio o en el capricho? ¿Es realizable? ¿Es sostenible?
Es distinto un panfleto que un proyecto detallado. Producir y repartir riqueza suena “más fácil de lo que se cree” por eso tenemos que “aprender” a hacerlo.
“Estimulad al rico y proteged al pobre”. ¡Imagínense ustedes que alguien proponga las dos cosas! Por lo general estas ideas se ven como dicotómicas (división en dos partes de una cosa). “Aprended a producir riqueza y aprended a repartirla”.
Hay que aprender a hacer las cosas.
¿Qué nos promete Víctor Hugo con el socialismo? Nada.
Pensémoslo así: hay quienes dicen que el Reino de Noruega es socialista: ¿y por qué no socioliberal? ¿No es el presidente de la asamblea un conservador de centro-derecha? ¿Y qué significa ser centro-derechista en Noruega? ¿Es lo mismo que en EEUU? ¿Es lo mismo que en Venezuela? A veces pareciera que los centro-derechistas de Noruega son izquierda en EEUU y ultra-derecha en Venezuela.
Los preconceptos se desmoronan cuando lo ficticio se enfrenta a la realidad.
¿Cuál es la alternativa?
¿No tomar postura? ¿No estar a favor ni en contra? ¿Es que sólo existen las contraposiciones?
No me gusta la palabra “apolítico” o el argot “ni-ni”.
Estudiar las cosas para problematizar en base a ellas también es una postura.
No se trata de ser un positivista puro, se trata de que a veces intentamos explicar lo que hay que describir.
Yo creo que la incredulidad no es hacia las narrativas sino hacia las sectas y los dogmas.
“Ignoramos los males de las civilizaciones antiguas; pero conocemos las enfermedades de la nuestra. En todas partes tenemos sobre ella el derecho de la luz; contemplamos sus deformidades. Donde tiene un dolor lo sondeamos; y consignado el padecimiento, el estudio de la causa nos lleva al descubrimiento del remedio. Nuestra civilización, obra de veinte siglos, es a un tiempo un monstruo y un prodigio; y vale bien la pena que la salvemos. Y será salvada. Consolarla ya es mucho. Iluminarla es algo más. Todos los trabajos de la filosofía social moderna deben dirigirse hacia este punto. El pensador moderno tiene un gran deber: auscultar la civilización” (Hugo, 2006, Vol. II: 475).
¿Cuál es la diferencia entre motín e insurrección? ¿Somos revolucionarios? Yo creo que no. Si revolución es lo contrario a revuelta, en realidad tenemos muchas revueltas y muy pocas revoluciones.
¿Y entonces qué somos? ¿Qué debemos hacer?
Quizá no suene tan poético como “debemos cultivar nuestro jardín” pero quiero quedarme con esa última frase: “El pensador moderno tiene un gran deber: auscultar la civilización”.